viernes, 15 de mayo de 2009

Beth [I]

Trompetas de ángeles y trombones del demonio. Así podría describirlo. La gran orquesta, cuya música resonaba en toda la manzana, golpeaba y manejaba con íncreible furor sus instrumentos.

En un callejón cercano, estaba Dave. Con la espalda pegada a la pared, sintiendo en cada fibra de su cuerpo el tumbar de la música. Los ojos cerrados y media sonrisa, nada más para él que ese instante, que huía de inmediato para llegar al siguiente.

La última canción culminó con el característico estruendoso aplauso. Dave abrió los ojos de nuevo, consciente de lo que había a su alrededor. Tras unos minutos que se hicieron eternos, algunos ex-oyentes de la gran obra aparecían por la calle abría al callejón. Y por fin, el objetivo.

De entre los muchos paseantes nocturnos que comentaban los pormenores del espectáculo, se encontraba una curiosa escena. Dave la observaba con atención.

<< Madre amante que sostiene al pequeñín adormecido en sus brazos. ¡Y no podía faltar! El padre que alaba a su hija pasándole el brazo por encima de sus hombros. Que enterncecedor. >> pensó Dave. La media sonrisa no había abandonado todavía sus labios.


La persecución no fue fácil, pero no se resistió por completo. Las calles, vacías y en silencio. En la oscuridad, reflejos sobre el cristal. Habían llegado todos a aquellas encantadoras casas, propias y únicas de Massachusetts. Algún que otro perro ladraba, acallado enseguida por su amo. Dave se detenía enseguida al oír cualquier indicio delator.

- Sube y acuesta al niño, Martha - oyó que decía el enternecedor padre - Ahora subo.

- Pero no tardes, cariño - contestó ella, obteniendo una sonrisa por respuesta.

Padre volvió hacia el coche, seguramente que olvidó recoger su chaqueta, o quizá el violín de su adorada hija. Ahí estaba, la oportunidad.

Paso decidido. Unodós, unodós. La mano hacia la sobaquera, cogiendo a la pequeña Beth. Padre se vuelve extrañado al oír pasos a su espalda. Le encaró a Beth y apretó el gatillo, pero no sin antes decir:

- Buenas noches, teniente Harvey.

Un trueno y sangre en el retrovisor.

Así era: su hija había olvidado el violín, que ahora estaba, ignorante a todo, en el suelo. Junto a él.

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