Podrían pasar años en mi vida, que jamás podría olvidar aquel rencuentro. Las sesiones en aquella sala llena de libros y ricamente adornada, el palacio de mi psicóloga, habían quedado atrás. Nunca sabrá lo mucho que hizo por mí, pues yo no pienso dejarle ver a la nueva persona que despertó de entre lo oscuro de mi memoria.
Se llamaba Isabel, y siempre me quedó la intriga de ver aquellos ojos tras sus gafas. A veces quería mirarlos cuando los reflejaba el sol, que se veía dorado tras las cortinas de su despacho. Ideal para el recuerdo perdido.
Isabel avivó la chispa en mi memoria, y en seguida todas las vivencias que había perdido con una celeridad pasmosa, volvieron con esa misma intensidad. Un millar de rostros que quizás tan solo había divisado una vez, llegarón a mi para dejar un segundo después paso al siguiente. Pinceladas de lugares que pisé alguna vez, a los que iban anclados pequeños e importantes recuerdos. Sentimientos que iban ligados a aquellos lugares y rostros.
Retazos de mi vida.
Llegado el momento no me servían ya ni las charlas ni aquellos preciosos ojos tras el cristal: debía indagar por mí mismo sobre mi vida. Con todas las piezas de mi rompecabezas, volvería a casa, a mi vida, a todo lo que perdí sin siquiera saberlo.
Y ahora frente a la puerta, no me atrevo a tocar para señalar mi regreso... Espera, hay alguien tras la puerta...
¿Bienvenido a casa? ¡Sí!
martes, 12 de enero de 2010
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