“Que
los ángeles nos protejan de esta locura”
Ese
fue mi primer pensamiento, del que me extrañé enseguida con
rechazo. No es usual que recurra a las criaturas celestiales en
ocasiones límites, pero bien parecía propio, pues la Bestia parecía
traída de los mismos infiernos. Y así se calificó a la criatura en
los días sucesivos. Por supuesto, el hecho no pasó desapercibido.
Muchos avistamientos fueron comunicados a las autoridades y después
llevados a los diarios de comunicación. Los eruditos y entendidos en
animalia y estudios de las bestias lo denominaron como un lobo
anormalmente grande y deforme. A la gran parte de la muchedumbre le
satisfijo esta información, pero los más suspicaces no se dejaron
guiar tan fácilmente.
Atendieron
sabiamente a las macabras descripciones de la víctima, que había
sido cruelmente torturada antes de caer en su descanso eterno. Tanto
su cuello como la parte superior de su pecho había sido brutalmente
maltratada, dejando correr la sangre de una manera pasmosa. Pero ahí
entraba la segunda incógnita: su cuerpo y el lugar del ataque
presentaban tan solo una cuarta parte de la sangre que habita
generalmente en el cuerpo de un varón adulto.
Por
supuesto, estos detalles no fueron recogidos por la prensa matutina o
difundida por las autoridades encargadas en el caso. Todavía no son
tan estúpidos como para dejar que corra el pánico de semejante
manera. Una bestia de tal calibre, masacrando de tal manera a sus
víctimas, propagaría la locura en todo Londres, cobrándose tan
solo unos pocos días.
McEller
me sacó de aquel entuerto, después de que la Bestia desapareciera
en las sombras. Algunos vecinos de los alrededores alarmaron a las
autoridades con sus aullidos histéricos, sin guardar un mínimo de
civismo. Mi buen amigo se identificó como soldado de permiso en la
capital, y me protegió como acompañante casual, salvándome de toda
sospecha. Nos hicieron documentar todo aquello que pudieramos aportar
ante un oficial, y nos despacharon a nuestros hogares. McEller y yo
prometimos reunirnos al día siguiente para aclarar todo lo sucedido
aquella noche, pues estaba borroso por la niebla de la incertidumbre
y el temor.
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