-
Explícame a quién nos dirigimos a ver, te lo ruego, no me tengas en
incertidumbre – pregunté al borde de la exasperación.
-
No te alteres y ten paciencia, no tardaremos. Es un doctor en
ciencias naturales, versado en las ramas de la medicina. – me
aclaró McEller – Aportó información importante al caso en el que
tuvimos la desgracia de ser testigos.
Caminábamos
con premura por las calles tenuemente iluminadas por la claridad de
un cielo nublado. Mi amigo el soldado llevaba por fin su uniforme,
pues ya había escarmentado de lo peligroso de caminar sin aquella
identificación a primera vista. Mi tío me había librado aquella
mañana de mis tareas en la sala del tribunal, por una supuesta
indisposición. Aproveché aquel tiempo libre para cumplir mi palabra
y buscar por fin una respuesta clara. Habían pasado tan solo un par
de días.
Llegamos
a la consulta del tal doctor, y nos recibió su ama de llaves. Nos
guío hacia un estudio realmente amplio, aunque atestado de libros y
documentos por doquier. Tanta vastedad de información me hizo
contemplar todo aquello antes que dirigir mi mirada a nuestro
desconocido anfitrión.
Un
anciano, gastado su tiempo de vida en el estudio, se hallaba sentado
en un escritorio, inclinado sobre un enorme manuscrito. Percibí un
pequeño temblor en sus manos, pues sostenía unos anteojos para
poder leer.
McEller
esperó unos segundos hasta que pegó con sus nudillos en la puerta
del despacho. Fue entonces cuando el doctor alzó la vista. Se quedó
contemplándonos largo rato, como si no reconociera siquiera a
McEller. Tras su detenimiento, sonrió ampliamente mientras se
levantaba. Sin una palabra, abrazó a McEller y lo condujo a algunos
de los que parecían sus trabajos finalizados. El anciano parecía
esperar impaciente alguna muestra de aprobación o admiración.
McEller sonrió y dijo:
-
Es fantástico, doctor, toda una maravilla – posó una mano en su
hombro, e hizo el amago de acercarse a mí – Permítame presentarle
a mi estimado Adam LeFroid.
-
Es un honor para mí, señor…
-
Grisam Burdock es el afamado doctor del que te hable – me explicó
rápidamente McEller – Se tomó la libertad de investigar por su
cuenta los pormenores del extraño caso en el que fuimos testigos. Si
es tan amable, doctor…
Por
fin, nuestro anfitrión alzó la voz para explicarnos todo aquello
que había podido averiguar. Su voz era un estallido de entusiasmo
infantil. A mis ojos aparecía como un niño, y su laboratorio era su
patio de recreo personal.
Para
mi sorpresa, tenía en su poder una copia de la autopsia realizada al
pobre infeliz al que habíamos visto morir. Y decía lo siguiente:
Procedemos
a realizar la autopsia del cadáver hallado en la noche del martes,
13 de septiembre.
No se ha logrado identificación alguna del cuerpo, por lo que ningún familiar lo reclamará. Su destino será el progreso de la ciencia.
El cuerpo se halla en un estado bastante maltrecho: presenta arañazos y mordeduras de la bestia causante del accidente por todo el cuerpo. Las ropas ajadas y el estado de las manos podrían revelarnos que ofreció una resistencia ante el ataque, aunque mínima. La víctima murió desangrada, a causa de una gran mordedura en el cuello. En el interior de su estómago se hallaron pocos restos de comida, y corrobarado por lo encontrado junto al cuerpo, grandes cantidades de alcohol.
Aunque todavía queda la incógnita de la bestia atacante, y no se ha podido identificar de ningún modo, ya que no presenta ningún rasgo semejante a ninguna criatura conocida.
No se ha logrado identificación alguna del cuerpo, por lo que ningún familiar lo reclamará. Su destino será el progreso de la ciencia.
El cuerpo se halla en un estado bastante maltrecho: presenta arañazos y mordeduras de la bestia causante del accidente por todo el cuerpo. Las ropas ajadas y el estado de las manos podrían revelarnos que ofreció una resistencia ante el ataque, aunque mínima. La víctima murió desangrada, a causa de una gran mordedura en el cuello. En el interior de su estómago se hallaron pocos restos de comida, y corrobarado por lo encontrado junto al cuerpo, grandes cantidades de alcohol.
Aunque todavía queda la incógnita de la bestia atacante, y no se ha podido identificar de ningún modo, ya que no presenta ningún rasgo semejante a ninguna criatura conocida.
Lejos
de tranquilizarme o acallar mi curiosidad, se produjo en mi interior
el efecto opuesto: mi inquietud creció en grandes magnitudes, y
aparecieron nuevas incógnitas y curiosidades. Pero sabía que debía
retenerlas en el deseo, antes de que acabara investigando o con la
misma suerte que el desgraciado aquel.
Ni un hilo antes, ni uno después en tu relato. Como es tu estilo, colgamos de nuestra propia imaginación.
ResponderEliminarGuapo, te abrazo así de fuerte en la Londres nocturna. Cerrá feliz tu año y abrí el próximo de la misma manera.