martes, 19 de febrero de 2013

Madre

La muerte es un final apacible, un mar tranquilo en el que terminar la travesía. La vida, en cambio, es una corriente, un río, rápido y fugaz. De curso inevitable, junto con todas las incertezas e infortunios que se suceden. Y no queda otra que seguir el curso en solitario. Rara vez encuentras a alguien que decida, que esté dispuesto a seguirte. No seguir, acompañar. Caminar a la misma altura, a la vez.

Se siente así la satisfacción, el sentimiento de sentirse completo. ¿Cómo abandonar esa plenitud? Abandonar a alguien en el camino es condenarlo a la peor de las soledades, un infierno en vida. Por eso, la envié a ese tranquilo final en el que descansaría hasta mi llegada. No tardaría demasiado en acompañarla.

Pero sigo aquí, aguardando a que llegue mi final. Con el tormenta de haberla abandonado. Sintiendo esa soledad que le quise evitar. Por eso llegué a este lugar. Una casa en la que deja de ser algo tan terrible, en la que se puede afrontar la realidad. La terrible realidad de lo que le hice a mi niña, la voz que daba sentido a mi mundo.

Compensando así las palabras que no encontré al querer explicar lo que movía a Madre, en "Prohibido suicidarse en primavera"

2 comentarios:

  1. Me encanta que le des vueltas ;)

    (^^)

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  2. Tu prosa se ha vuelto limpia, cortante y preciosa. Como un amanecer cristalino y puro.
    Ese final atravesó mis sentimientos como una cuchida cálida...

    Un abrazo.

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