domingo, 30 de diciembre de 2012

Sospechas

Sostenía entre mis manos la autopsia que nos había cedido el amable doctor. Había perdido la cuenta de las veces que la leí, y todavía seguía sin aclararme por completo. McEller seguía a mi lado, fumando en su gastada pipa. De vez en cuando alzaba la vista, contemplando a los paseantes. Todos estaban bañados por la leve claridad del cielo encapotado. Todo un triste cuadro.
- Así que… ¿aquella bestia bebió su sangre? – pregunté mirando a un punto inexacto frente a mí.
- Eso piensa el buen doctor… – respondió mi amigo – Y ninguna bestia conocida, de tal tamaño y forma, tiene esa tendencia. Algo parecido piensan… Debo irme ahora, nos preparamos para marchar, dentro de un par de días. Intentaré despedirme antes de partir.
Asentí de un modo ausente, hundido en el recuerdo de lo vivido aquella noche. Sentí como McEller me estrechaba en un abrazo, y escuché sus palabras lejanas:
- Procura tener cuidado, amigo mío.
Correspondí su abrazo y le dejé marchar. Contemplé de nuevo la hoja en mis manos, sabiendo la inutilidad de escrutarla nuevamente. Serían los sucesos posteriores los que aclararían todo lo sucedido, pero no quería esperar un nuevo acontecimiento como aquel. Las pesadillas ya eran suficiente pago por todo aquello.
Vagando en esas reflexiones me hallaba, hasta que me obligué a volver a los adoquines de Londres, invadido por una incómoda sensación. Miré de un lado a otro como acto instintivo, y quise huir para dejar atrás esa sensación. Tuve entonces la idea de ser observado, ficticia o real. Caminé con premura, guardando el preciado documento en mi gabán, y buscando el camino hacia la casa de mi tío y protector.
Una vez en el interior, me lamenté por mi estupidez. La sensación de ser observado había durado todo el trayecto. Y ahora, fuera quien fuese mi perseguidor, conocía mi actual vivienda. Podía ser cualquier transeúnte, pero las posibilidades de que fuera alguien inofensivo quedaron al instante descartadas.
Alejé de mi mente los malos pensamientos y el sentimiento de culpabilidad, en aquellos momentos no me servirían de nada. Y como cúlmen de sucesos extraños, me dedicé con gusto a las labores de mis estudios para olvidar, con un afán nunca antes visto en una larga temporada.
"Debo de estar volviéndome loco…" pensé con pesadumbre.

viernes, 21 de diciembre de 2012

Tirando de hilos


- Explícame a quién nos dirigimos a ver, te lo ruego, no me tengas en incertidumbre – pregunté al borde de la exasperación.
- No te alteres y ten paciencia, no tardaremos. Es un doctor en ciencias naturales, versado en las ramas de la medicina. – me aclaró McEller – Aportó información importante al caso en el que tuvimos la desgracia de ser testigos.
Caminábamos con premura por las calles tenuemente iluminadas por la claridad de un cielo nublado. Mi amigo el soldado llevaba por fin su uniforme, pues ya había escarmentado de lo peligroso de caminar sin aquella identificación a primera vista. Mi tío me había librado aquella mañana de mis tareas en la sala del tribunal, por una supuesta indisposición. Aproveché aquel tiempo libre para cumplir mi palabra y buscar por fin una respuesta clara. Habían pasado tan solo un par de días.
Llegamos a la consulta del tal doctor, y nos recibió su ama de llaves. Nos guío hacia un estudio realmente amplio, aunque atestado de libros y documentos por doquier. Tanta vastedad de información me hizo contemplar todo aquello antes que dirigir mi mirada a nuestro desconocido anfitrión.
Un anciano, gastado su tiempo de vida en el estudio, se hallaba sentado en un escritorio, inclinado sobre un enorme manuscrito. Percibí un pequeño temblor en sus manos, pues sostenía unos anteojos para poder leer.
McEller esperó unos segundos hasta que pegó con sus nudillos en la puerta del despacho. Fue entonces cuando el doctor alzó la vista. Se quedó contemplándonos largo rato, como si no reconociera siquiera a McEller. Tras su detenimiento, sonrió ampliamente mientras se levantaba. Sin una palabra, abrazó a McEller y lo condujo a algunos de los que parecían sus trabajos finalizados. El anciano parecía esperar impaciente alguna muestra de aprobación o admiración. McEller sonrió y dijo:
- Es fantástico, doctor, toda una maravilla – posó una mano en su hombro, e hizo el amago de acercarse a mí – Permítame presentarle a mi estimado Adam LeFroid.
- Es un honor para mí, señor…
- Grisam Burdock es el afamado doctor del que te hable – me explicó rápidamente McEller – Se tomó la libertad de investigar por su cuenta los pormenores del extraño caso en el que fuimos testigos. Si es tan amable, doctor…
Por fin, nuestro anfitrión alzó la voz para explicarnos todo aquello que había podido averiguar. Su voz era un estallido de entusiasmo infantil. A mis ojos aparecía como un niño, y su laboratorio era su patio de recreo personal.
Para mi sorpresa, tenía en su poder una copia de la autopsia realizada al pobre infeliz al que habíamos visto morir. Y decía lo siguiente:
Procedemos a realizar la autopsia del cadáver hallado en la noche del martes, 13 de septiembre.
No se ha logrado identificación alguna del cuerpo, por lo que ningún familiar lo reclamará. Su destino será el progreso de la ciencia.
El cuerpo se halla en un estado bastante maltrecho: presenta arañazos y mordeduras de la bestia causante del accidente por todo el cuerpo. Las ropas ajadas y el estado de las manos podrían revelarnos que ofreció una resistencia ante el ataque, aunque mínima. La víctima murió desangrada, a causa de una gran mordedura en el cuello. En el interior de su estómago se hallaron pocos restos de comida, y corrobarado por lo encontrado junto al cuerpo, grandes cantidades de alcohol.
Aunque todavía queda la incógnita de la bestia atacante, y no se ha podido identificar de ningún modo, ya que no presenta ningún rasgo semejante a ninguna criatura conocida.
Lejos de tranquilizarme o acallar mi curiosidad, se produjo en mi interior el efecto opuesto: mi inquietud creció en grandes magnitudes, y aparecieron nuevas incógnitas y curiosidades. Pero sabía que debía retenerlas en el deseo, antes de que acabara investigando o con la misma suerte que el desgraciado aquel.



miércoles, 12 de diciembre de 2012

Escapar

Despertar en la mitad de la noche. Me siento inalcanzable en algún lugar desconocido, perdido del mundo. Nadie conoce mi camino. Solo se escuchan dos respiraciones. Tranquilas, y un suspiro. No es difícil encontrar su cuerpo, tibio y quieto, que se arropa en mí cuando me acerco para abrazarla.
Suspira.
Y se me escapa la sonrisa y pensamientos que al despertar no podré recordar. Tan solo quedará el calor que abriga el corazón. Y el saberse la persona más afortunada del mundo

martes, 11 de diciembre de 2012

Misterios


Que los ángeles nos protejan de esta locura”

Ese fue mi primer pensamiento, del que me extrañé enseguida con rechazo. No es usual que recurra a las criaturas celestiales en ocasiones límites, pero bien parecía propio, pues la Bestia parecía traída de los mismos infiernos. Y así se calificó a la criatura en los días sucesivos. Por supuesto, el hecho no pasó desapercibido. Muchos avistamientos fueron comunicados a las autoridades y después llevados a los diarios de comunicación. Los eruditos y entendidos en animalia y estudios de las bestias lo denominaron como un lobo anormalmente grande y deforme. A la gran parte de la muchedumbre le satisfijo esta información, pero los más suspicaces no se dejaron guiar tan fácilmente.

Atendieron sabiamente a las macabras descripciones de la víctima, que había sido cruelmente torturada antes de caer en su descanso eterno. Tanto su cuello como la parte superior de su pecho había sido brutalmente maltratada, dejando correr la sangre de una manera pasmosa. Pero ahí entraba la segunda incógnita: su cuerpo y el lugar del ataque presentaban tan solo una cuarta parte de la sangre que habita generalmente en el cuerpo de un varón adulto.

Por supuesto, estos detalles no fueron recogidos por la prensa matutina o difundida por las autoridades encargadas en el caso. Todavía no son tan estúpidos como para dejar que corra el pánico de semejante manera. Una bestia de tal calibre, masacrando de tal manera a sus víctimas, propagaría la locura en todo Londres, cobrándose tan solo unos pocos días.

McEller me sacó de aquel entuerto, después de que la Bestia desapareciera en las sombras. Algunos vecinos de los alrededores alarmaron a las autoridades con sus aullidos histéricos, sin guardar un mínimo de civismo. Mi buen amigo se identificó como soldado de permiso en la capital, y me protegió como acompañante casual, salvándome de toda sospecha. Nos hicieron documentar todo aquello que pudieramos aportar ante un oficial, y nos despacharon a nuestros hogares. McEller y yo prometimos reunirnos al día siguiente para aclarar todo lo sucedido aquella noche, pues estaba borroso por la niebla de la incertidumbre y el temor.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Esa sensación de volver a casa, o algún lugar que en su día lo fue. De que has vuelto a un tiempo en que las cosas eran muy diferentes, todavía no sabría decir si mejores o peores. Solo diferentes.
Un calor en el pecho, adrenalina. Sentirse familiar cuando el cielo ya oscurece. Como ser dueño de las sombras, o simplemente una prolongación de ellas. Que son eternas y no hay cansancio que te derrote. Que no van a faltar las sonrisas mientras se pasea, escuchando tus propios pasos en el eco. Que reverbera, igual que los propios pensamientos, a lo largo de los altos edificios que te cobijan.
Y sentirse invencible, inmortal.

Y llega a ti, de improviso, deteniendo toda otra cosa que no sea retenerlo por el máximo tiempo posible. Pero resulta como la brisa fría en el amanecer. Se marcha después de unos pocos segundos, dejando una sonrisa, y el frío de la añoranza