lunes, 16 de febrero de 2009

Al otro lado

La noche caía sobre la pequeña ciudad. Las luces de las farolas creaban espectros difusos sobre callejones y rincones apartados. Espectros a los que se unían las sombras de los dos únicos caminantes que en aquel lugar se hallaban.

Ante las grandes puertas de hierro se detuvieron. Las olas rugiendo a lo lejos hacían de nana para los durmientes, y la música que acariciaba los oídos de ella cuando guardaban silencio. Cerró los ojos y se estremeció levemente al sentir la caricia de su acompañante, a la que siguió con un movimiento de cabeza.
La mano de él contorneaba su rostro, deteniendose en sus labios. Sus dedos temblaban cada vez que llegaba hasta ellos, y esa ocasión no iba a ser menos. Ella, al sentir el temblor, los besó con ternura, al que siguió otro beso en la mejilla de él.

Miradas encontradas, sonrisas compartidas. Ella marchó hacia el hogar, volviendo el rostro hacia atrás, un momento antes de perderse en la oscuridad. Ahora descansaría, disfrutaría, al igual que él, de las maravillosas visiones que la noche brinda a estos hermanos cuando la preocupación no turba su sueño.


Que el más dulce de los sueños inunde tus noches, mi ángel.

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