domingo, 18 de abril de 2010

La Invasión

La lluvia golpeaba nuestros rostros, incansable. Nuestras coberturas parecían ya inútiles ante aquel mal tiempo. Habíamos descartado la posibilidad de ver de nuevo el sol. Nuestro pan de cada día eran las muertes, los gritos de desesperación, las mujeres, convertidas también en soldados, guardando su llanto para los momentos de soledad.

Atrapados en una ciudad que había perdido la vida. Devastada y abandonada. Los civiles habían huído prácticamente a pie, pues los combates se produjeron inesperadamente. Los bombardeos desde el aire destruyeron las viviendas y los cuerpos de los que dormían apaciblemente aquella mañana. Terror e histeria. La mayoría ni siquiera pudo salvar a sus hijos. Caían en el camino, pues el enemigo invasor no diferenciaba civil de combatiente.

El combate abierto ha acabado, y ahora solo podemos ver escaramuzas allí y allá. El enemigo se adentró en los subterráneos y catacumbas de la ciudad. Solo debemos aguardar a que se decidan a salir, como ratas. Y yo debo advertirlos a todos. En lo alto de la torre, mi mano no debe temblar al disparar mi rifle. La mira está muy maltrecha, pero eso no me impide acertar.

Todos lloramos en nuestros pequeños rincones. Aquí arriba hace frío, hay tiempo para pensar.
Esta mañana solo van tres cascos enemigos, demasiado pocos

1 comentario:

  1. Qué bien describes esa situación terrible, guerra, desolación y violencia en un mundo que se desintegra

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