miércoles, 28 de julio de 2010

Lluvia de recuerdos

De nuevo en casa. La sangre ya no mancha mis manos, la débil bombilla de mi apartamento ha decidido dejarse morir y el silencio lo llena todo. El gastado sillón en el que he pasado la mayor parte de mi vida, sumergido en libros y en grandiosas aventuras novelescas, me acoge como siempre, gruñiendo como el viejo cascarrabias que es. Los cristales retumban ante la fuerza del viento y las lágrimas del cielo repican constantemente. Pienso en las mañanas despertando ante el estridente sonido del teléfono, aquel armatoste que valía más como pisapapeles. Las distancias así se hacían más cortas, aunque fueran solo unos instantes. Después el mundo se cierra sobre el papel, creando historias que nadie puede conocer. El tiempo corre y te asombra mirar hacia atrás y observar lo que allí dejaste. Algunas puertas se cierran esperando a ser de nuevo abiertas, pero se necesita valor para coger el pomo. Las palabras no surgen ante aquel rostro que ahnelabas acariciar con la mirada.

Comienzan a pasear por la memoria todos aquellos que alguna vez estuvieron y los pocos que aún permanecen. Y el sueño vence, glorioso, hasta llegar al nuevo día.

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