lunes, 3 de mayo de 2010

Aracoeli

Tenía en su poder una fuerza descomunal e inimaginable de controlar. Era realmente tarde en la noche, de aquellas en las que nada sirve el reloj. Tan solo la oscuridad impenetrable del cielo. Como teníamos costumbre hacer, nos sentabamos en las aceras, mientras una multitud de transeútes caminaban. Otros tantos iban a toda velocidad en sus bólidos de la muerte, intentando seguir el ritmo que les imponía la noche. Jamás lo conseguirían.

Aquel estilo totalmente informal con la que vivia su vida, era lo que realmente podría atraer a la multitud. Pero aquel mismo encanto era lo que la hacía intocable. Una mirada cansada, pero todavía viva. Ella no se rinde. Ni ante la multitud, ni ante nuestra pobre situación, ni ante los niñatos borrachos que nos gritan desde la distancia. Nuestra vida nos hace fuertes, nos hace hermanos.

Esta noche trae como compañía unos cuantos botellines de cerveza. Supongo que se alegra de verme, después de unas semanas desaparecido. Su mirada me considera durante unos instantes, tierna y a la vez distante, con un cariño lejano. Después coge un botellín y comienza nuestra pequeña celebración.

Y como siempre, ante mi pequeño apretón a modo de abrazo, es rechazado por un empujón. Cada vez son más leves... debe de estar acostumbrándose

1 comentario:

  1. Fascinante retazo de un cuento prometedor. Creo que ya es hora de visitar tus otros blog. No sé por cual empezar. Ya se me ocurrirá...
    Saludos.

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