lunes, 24 de mayo de 2010

Reflejo de hielo

Nos habíamos escondido en alguna caverna perdida de la gigantesca montaña, intentando buscar algún resguardo del azote de nieve y viento. Pero ni siquiera servía. Al menos la oscuridad contrastaba en la blancura cegadora. Ahuyentabamos las maldiciones y quejas entonando viejos cantos de guerra, cargados de sentimiento y pesismismo. Pero las batallas del pasado solo nos traían eso, una increíble carga contra la esperanza, como las tropas enemigas sobre nuestras enflaquecidas defensas. Por fortuna, la Guerra había terminado hacía años, aunque todos lo recordábamos como si fuera ayer. No importaba la poca memoria que pudieses tener. A partir de la niñez, bien podías conservar la marca de la destrucción. Ahora podemos elegir nuestro destino, nuestra muerte.

Habíamos perseguido a aquella condenada e infernal bestia, malherida y vencida hasta el momento, y por eso nos hallábamos en la montaña. Para el bien de la aldea, unos pocos debían sacrificarse para evitar desastres mayores. Los recién llegados, tan solo unos meses atrás, nos acompañaban también. Intentaban amoldarse a la dura vida en las estepas, y los mayores no vieron mejor oportunidad para que aprendieran que esa misma. Por eso me encontraba allí, a mis pocos años.

Amanecía, y tocaba marchar. Nada más despertar recordé a los que habíamos perdido en la lucha en el río. Un muchacho y su madre, junto con uno de los recién llegados. Ahora que se los ha llevado el río, está prohibido pronunciar sus nombres. Seguimos adelante, olvidando y cantando al paso. No miramos atrás, el vértigo es nuestro peor enemigo.

Largos corredores de hielo, que hacen de espejos sobre nosotros. La mayoría evita mirarse, para no ver lo maltrecho de nuestras apariencias debido al viaje. Acampamos, asegurándonos a conciencia de que no haya cuchillos de hielo sobre nuestras cabezas. A nadie le gustaría despertar escuchando los gritos de su compañero, siendo atravesado por aquellos filos mortales. Fui el último aquella noche en tomar el lecho y descansar.

Mi curiosidad se despertaba intentando entreveer los corredores que se ocultaban bajo aquellas paredes de hielo. El iceberg en el que nos habíamos ocultado era gigantesca, pero hacíamos caso omiso para no ahuyentar al valor. Quizás me vencía ya el sueño, pero creí ver ante mi la figura de una mujer. Sorprendido, fue tan brusco mi movimiento que la perdí. Busque y tanteé, hasta que volví a tenerla frente a mi. Su cuerpo cubierto de pieles, como protección al frío, no mermaba su belleza. Alguien se despertó, y me llamó por mi nombre. Quise mostrarle el prodigio que descubrió, pero aquella hermosa imagen, dotada de vida propia, me instó al silencio. Obedecí, había sucumbido a ella, a aquella imagen que pronto desapareció pero no de mi memoria.

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Recuerdo ahora, en mitad de la nieve y la sangre, aquella imagen. Me da fuerzas, y no sabría decir por qué. Cerca de la cima, hemos alcanzado la guarida de la bestia. Oímos su furioso rugido, y resistimos la tentación de lanzarnos al vacío para huir de tan escabroso final. Sus garras hacen terrible eco contra las montañas, y ya vemos su cabeza. Un nuevo alarido con el que salta hacia nosotros. En picado. Lanzas en ristre, y nuestras viejas armas de fuego que poco pueden hacer. Pero aguantamos. El dragón pronto se cernirá como la sombra de la noche. Nos enfrentamos a la muerte, la propia o la del miedo. Pero bien pueden ser la misma muerte

1 comentario:

  1. Pero de donde sacas tanta imaginación?'Tu mundo siempre es un mundo hostil, primitivo, donde todos los peligros acechan y el valor se pone a prueba a cada momento

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