sábado, 2 de mayo de 2009

Mañana y color

No escucho más que la música en mis oídos, solo veo la pared a la que ahora doy color y vida. El sol, que no parece querer despegarse de mi nuca. Ahora no existe nada más; ni el recuerdo de los insultos en mi cabeza, ni las miradas cargadas de odio o repugnancia. Tan solo la música, la pintura y esta pared.

El sudor corre por mi frente, y algo quiere que vuelva la mirada hacia el astro rey. Retiro los cascos en mi cuello, y las voces cantantes resuenan lejanas. Mi mirada no aguanta mucho más la luz, y se dirige hacia un punto en la nada. No, hacia la nada no. Había algo muy extraño en este descampado en las afueras del barrio. Las malas hierbas están todas reunidas en un punto, junto con cartones y demás desperdicios. Y entre ellos, al acercarme, un pequeño peluche.

Empiezo a apartar todo aquello. Quisiera no haberlo encontrado jamás, no haber ido a ese lugar como hacía cada día. Haber faltado a mi costumbre diaria por una vez, o quizá detenerme cuando aún estaba a tiempo. No.

Unas pequeñas manos sostienen aquel peluche con una ternura que pocas veces había visto. Unas manos inertes, como el resto del cuerpo. Junto a él, dos más. Sostengo el peluche y retrocedo un par de pasos. Esos tres niños, que solían venir a escondidas de sus padres con sus bicicletas, donde tenían libertad. Los ojos están cubiertos con tiras de celo, y todo golpes en sus cuerpos… Sangre por todas partes.

El horror supera todos los límites, pero no hay grito que pueda expresarlo. Permanecerán para siempre en la oscuridad. El pequeño osito, refugiado en mi mano, también sangra.

1 comentario:

  1. Los fetiches suelen correr el mismo destino que los mortales no? aunque sea absurdo,irónico o injusto.
    Un abrazo inmenso querido amigo !!!

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