jueves, 10 de junio de 2010

Piedra sobre piedra

Suspiro en la oscuridad y el silencio. Permanecer unos instantes abrumado por mis fobias me parecen un buen castigo por mi hipocresía. Pero no podría ser suficiente, no podrá serlo jamás. Mi vanagloria está en la destrucción y la creación en una misma jugada. Lo que siempre deseé, a cambio de la felicidad ajena. Y no hay manera de saber si aquello estaba destruido de antemano o fui yo el que terminó por derribar la última piedra.

Poco a poco, casi a ciegas en la oscuridad, voy dejando que las luces tomen posesión del pequeño salón. Despojándome de las prendas de abrigo, enciendo un cigarrillo, prácticamente para obsevar como se consume por sí mismo. Y espero. Me alejo del mundo sensible para alojarme en el mundo de las ideas, y espero. Por fortuna, conozco la fórmula para regresar. No depende de mí. Son sus manos en mis hombros lo que me hace regresar, despacio. Siento su pena, como un ente de emociones palpitantes abrazado a mi espalda. Siempre ha sido muy sensible, y temo que esto la supere.

Hace dos noches que duerme aquí, siendo abrazada por mí y por el temor a un futuro incierto, alejado de sus hijos. Invadida por la pena de ver destruido un matrimonio de quince años. ¿Por mi mano? No lo sé, pero en cierto modo, puede ser igual de doloroso para los dos. Lo siento por los pequeños, que todavía no entienden porque su madre se marcha de casa mientras ellos se hacen los dormidos. No tan pronto.

Silencio en las calles. Ahora no sé como podré mirarle a la cara, después de robarle a su mujer. Cuando descubra quién soy, bien podrá darme por muerto. Siento su llanto sobre mi pecho, mientras sueña. Ella ha perdido una familia, yo he perdido parte de ella: mi hermano.

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