martes, 13 de enero de 2009

Dezrramabel (La Última Batalla)

Arduo el camino. Pero al fin ya estamos aquí. Zafiel y la pequeña Lucifel me acompañan. La mano sanadora de Zafiel me toma por el brazo y me mira con temor y con determinación a la vez. Lucifel contempla la gran columna de fuego que se alza ante nosotros. Allí estan ellos, los seis Ángeles Caídos... entre ellos mi hijo.
Ambos estamos destinados a batirnos, ya no por rescatar a mi hermosa Sarael, ni a su madre Kitae. Le libraré del mal que le consume... aunque no quiero hacerlo si eso le cuesta la vida.
Veo a Dezrramabel alzar la mano para señalarme, y recula para adentrarse en el Inferno. Esas llamas son las únicas que parecen ser capaces de contener su odio. Le sigo.
Dios mío, protegeme de este horror. Al abrir los ojos tras un breve parpadeo me encuentro en mitad de la nada. El Alma de la Compañia ha desaparecido. Ya no oigo la dulce voz de Zafiel en mis pensamientos. Estoy solo ante mi hijo, quien me dará muerte si no consigo ser mas habil que él.
Comienzan las embestidas: nuestras espadas se cruzan en el aire mientras volamos. Ninguno de los dos aguantará mucho más así, pues estamos muy igualados.
Ambos recurrimos a la par a nuestros libros de la vida. Todo inútil. Al fin se detiene, posandose sobre el suelo.

- Baja aquí, padre. Un lance de espadas hacia el corazón. - Sonrie de forma sádica al verme colocandome frente al el - Quien logre sobrevivir... se llevara a Kitae y a mi querida hermanita.

Vacilo por momentos. Si resultara muerto las perdería a ambas... Las perdería de igual modo. Nos colocamos en posición a la vez. Dezrramabel adopta unos movimientos idénticos a los mios... Ahora puedo verlo de cerca. Es mi viva imagen, pero tiene los ojos de su madre: fieros, determinados.

Sin pararnos a pensar, lanzamos mutuamente un fondo. Cierro los ojos... alzando una último ruego al Señor: "Que el Señor nos perdone a ambos... A ti, hijo mío, por los pecados cometidos... A mi por ser merecedor de tu odio"
Abro los ojos: lo veo con expresion de sorpresa, mientras la sangre se derrama por su boca. Al mirar su pecho, mi espada esta clavada hasta el fondo en su joven torso... Vuelvo a mirarlo, y extiendo la mano para acariciar su rostro. Mientras se le escapa la vida, logra articular unas palabras y esbozar media sonrisa:

- ... Así que esto es lo que se siente... con el abrazo de un padre...

Su cuerpo cae mientras se convierte en cenizas... Nada queda de el, ni siquiera una rosa blanca que destruir... Un simple juguete del Señor de las Tinieblas... ¿No servía para más, cruel demonio, si no para satisfacer tus detestables caprichos?

Veo aparecer una figura de alas pardas: mi nuevo compañero Urielita. Desde lo alto me dice:

- ¡Ramielita! Hemos encontrado a la niña.

Sin parar un segundo, le sigo hasta una gran caverna. Zafiel y Lucifel siguen conmigo, para mi alivio. Nos adentramos en el interior, y tenemos ante nuestros ojos a Lucifer, sentado en un trono de piedra. Sentado y con Sarael, mi hija, en sus brazos.
Nos habla del fin del mundo y nuestros corazones se inundan de terror. Dax, Pii, Pru, Taz y Papón intentan parar la gran maquinaria a nuestro alrededor.
Nos hallamos en el centro del planeta, observando el maravilloso pero terrible artefacto que nos conduce a nuestro fin. Zafiel en intento desesperado, se atreve a alzar su voz.

- No se trata de destruir. - Su voz adquiere fuerza con cada palabra - Si no de sanar para poder reconstruir.

- No destruir. Cambiar para renovar. - corroboro con la pequeña Rafaelita

"Por fin, lo habeis comprendido. No os limiteis a destruir. Cambiad, cambiad para conseguir un mundo nuevo.
Un nuevo Edén, en el que reine la paz."

La luz nos ciega y aparecemos en un verde prado. Suspiro incoscientemente mientras mi corazón se hincha por la alegría: Sarael aparece en mis brazos, mientras Kitae nos contempla con ternura. Imagen extraña, pues esa ternura choca con la regañina que me cae para que la pequeña no se acueste tarde.
Zafiel esta a mi lado, con sus dos recien nacidos. Gagüen la abraza con autentico amor. Mas adelante, yo lo estrecho entre mis brazos. Lucifel se abraza a Diobel, un angel caido devuelto al recto camino

- Padre, ¿cuando marchamos?

Esa voz suena a mis espaldas. Al volverme, encuentro a Dezrramabel, puro, inmaculado. Sus alas son blancas como debieron serlo desde un principio. Me mira con emocion, entusiasmado. Y no encuentro ni un atisbo de odio. Corro a abrazar a mi primogenito con lagrimas en los ojos. Un joven hermoso, angelical.


Angelical. Quedamos lejos de ser verdaderos ángeles, pero somos Engels. Somos criaturas bendecidas con alas para surcar el cielo de nuestro Señor. Y con dotes para calmar la desesperación que invade Europa. Unos pocos hemos conseguido una hazaña de multitud. Hemos salvado el mundo, algo que no se consiguio ni siquiera antes del Primer Gran Baile de San Vito.

Ahora podemos descansar. Seguirá habiendo Engrendros contra los que luchar, y fe que restaurar. Pero tengo a mis hijos y a mi mujer. Mi familia, lo que me da fuerza cada día para continuar adelante.


Encuanto al Lucero del Alba... tal vez lo volvamos a ver... dentro de 10.000 años... Quien sabe de que otro modo volverá

Raziel, de la Orden de los Ramielitas
Firmamento de los Ramielitas, Praga. Año 2662 del Señor

1 comentario:

  1. Quizá si, puede que algún día volvamos a ver caer al mundo. Pero mientras tanto nuestra fé, más en Dios que en la Iglesia, como bien nos enseñó Tiberius, seguirá intacta.
    Hasta siempre, predicador del futuro ^^.

    ··Zafiel··

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