miércoles, 7 de octubre de 2009

16

De vuelta a casa, cubierta de noche. Tarareando una canción que no sé reconocer. Caminando con los pasos fijos, ni siquiera miro a donde voy. Las calles están vacías.

Un parpadeo y un sol dormido cae sobre mí. Piedra bajo mis pies, un castillo a contemplar y el océano a mi alrededor. En mi corazón siento la agonía de estar perdida, pero como en un sueño, sé por donde continuar.

Piedra gris, criaturas del infierno cuyo propósito es aterrorizar, pero me impulsan a continuar. Alguien me llama a lo lejos, una vida que se extingue poco a poco.

Navengando entre realidad y sueño, recuerdos de vidas pasadas asaltan mi cabeza. Como aquella casa llamada Laberinto, donde casi nunca encontraba la salida. Juegos atemporales de viejos jugadores. Sus piezas atesoran los recuerdos y el cariño de sus dueños, y en ellas brota el calor humano.

Despierto sin saber que dormía, de nuevo en la fortaleza. En mi regazo duerme la pequeña, que clamaba con su corazón las ganas de vivir. Pero se esfuma como el polvo, a la par que se suicidan las lágrimas.

Buscando, temiendo, anhelando volver a abrazarla, salvarla. E impotente observo como se la llevan las sombras, lugar del que no puedo sacarla. Nunca más.

La calma al ver su muerte. Estremecedor.

1 comentario:

  1. Cuánto dolor y extrañeza del mundo hay en tus pocos dieciseis.. impresionan

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