Nadie podía sospechar de que aquella noche podía ser tan trágica, tan destructiva.
El gran salón estaba atestado de música y sus bailarines, sintiendo la esencia de aquellos valses de violines ahora muertos. Cada pareja sumergida en sendos ojos, dejándose llevar y olvidando por completo todo a su alrededor.
El Lord y su esposa contemplaban desde las escaleras, hasta que el primero tomó a su mujer de la mano para conducirla hacia la pista y convertirse por momentos en bellos bailarines.
Todos se percataron, sin embargo, de la llegada del soldado. Abatido, cansado y derrotado, buscaba sin descanso al anfitrión de aquella fastuosa fiesta. Solo le faltaba gritar al cielo y rogar por calma interior. Se volvió y encontró de frente al objeto de su búsqueda.
Todos siguieron en su baile, en su paraíso, mientras el Lord se retiraba tranquila y lentamente. Casi incoscientemente, los oficiales fueron reuniendose desde distintos puntos hasta un mismo punto para escuchar sus palabras.
- Mi señor... - comenzó el soldado con voz temblorosa - La frontera de Byern ha caído.
Todos se encogieron sobre sí mismos levemente, en choque por la fatal noticia. El enemigo estaba cerca, y contenerlo sería harto difícil.
- De acuerdo, vuelva a su puesto, soldado - dijo el Lord - Capitán Ladhir, tome a su caballería y refuerce las tropas.
El aludido se apresuro a obedecer, pesaroso. El Lord se volvió para continuar con la fiesta, pero la música se había detenido. Su esposa se aproximaba con aire preocupado, y todas las miradas comenzaban a caer sobre ellos. El anfitrión tomo la mano de su compañera y la besó.
- Que continúe la fiesta. Nada de alarmas ni miedos.
Los músicos retomaron su arte, y todo volvió a ser como en su comienzo.
La calma era primordial para vencer.
viernes, 16 de octubre de 2009
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