martes, 20 de octubre de 2009

Se me escapó el tiempo

No existía el por qué. O quizás sí, y nunca quisimos prestarle atención. Nuestras mentes estaban demasiado ocupadas en el instinto de supervivencia, en el nuevo modo de saber como seguríamos adelante el día de mañana. Pero no podíamos contar el mañana. No veíamos el sol.

Aquel encierro en principio voluntario se habia convertido en nuestra prisión. No podemos salir. Unas catacumbas de perdición, galerías de tamaño grandioso que alguna vez creí ver en delirio o en sueño.
Escaleras, que al saltarlas parece que puedo volar. La fría piedra, que deja entre sus gastadas paredes algún roto la luz que intenta imitar al sol. ¡Esta luz nunca cambia! Ni de noche ni de día, ni siquiera cuando aguantamos el agotamiento para ver en el cielo oscuro brillar una estrella. No llegan hasta aquí. Una luz que nunca se apaga, y así, mientras podamos verla, habrá vida.

Puertas, solo puertas. Madera muerta que encierra los aullidos y gemidos que provienen del ultratumba. En nuestra conciencia solo esta el deseo, el deber de conocer lo que se esconde tras ellas. Bestias enfurecidas que buscan nuestra sangre. Eso es lo único que encontramos hasta ahora.

Las hojas de nuestras espadas ya están gastadas, pero mientras no se quiebren serán utiles.

No recuerdo el número de compañeros que eramos al entrar, pero ahora solo puedo contar a tres de elllos. Las voces están cayendo ya en el olvido, al igual que los nombres. No necesitamos las palabras para infundir el ánimo para luchar una vez más, en la que nos mentimos creyendo que será la última. Ella, la única mujer que prevalece. Era. Ese era su nombre.
La primera que toma el arma para volver a luchar, la que primero atraviesa las puertas y la que entra en las cámaras de muerte.

Su espada tiene una sed insaciable.
El coraje que transmiten sus ojos es suficiente para que la sigamos hasta el mismísimo infierno.

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Volar es una sensación increíble. Y pienso saborearla una vez más antes de sumergirme en las profundidades de la tierra.

Mis brazos se mueven al compás de las alas, guiando a este titán de hierro, este Ganmen. Mi espíritu le da la vida, y por eso obedece mis movimientos. Quién iba a decir que estar encerrado en su interior me cedería más libertad que cualquier otra cosa.

Ada aún vacila al manejarse con él, y no es cosa rara. Hace apenas dos días que maneja a estos titanes, el arte de la nueva tecnología. Sin embargo, su espíritu es muy fuerte. Sus ganas de vivir se muestran en el afán de su carrera. Alguien increíble.

Espero que no tenga miedo a la oscuridad.

Alzamos el vuelo, y descendemos en picado hacia una abertura de aquellas oscuras grutas. Vamos a poner fin a los gritos agónicos que surgen de lo profundo.

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