miércoles, 23 de septiembre de 2009

¡Dame mis alas!

"Estúpidos humanos, inútiles, ¡ineptos! ¿De qué les sirven sus palabras? ¡Maldita especie caníbal!"

El joven se retorcía sin cesar en su asiento, agarrando con ambas manos la mesa, en un intento de contener su furia. Su rostro era un rictus de ira, mirando fijamente hacia el frente. Y también a los muchachos a su alrededor, que lo miraban atemorizados al ver el increíble cambio de su antes pacífico compañero.

No había respondido, si no se contaba las miradas furibundas, a la llamada de su nombre.

- Christopher... ¿se encuentra bien?

Al ver que lo observaban justo a él, asintió lentamente, sin desviar la vista de aquel anillo, tan brillante en la delicada mano de su compañera. O aquel colgante que pendía del cuello del de más allá...

La clase parecía volver a su curso, ignorando al extraño Chris que esa mañana había entrado por la puerta.

Este concentró su atención en los brillantes ojos de su profesor. En sus ojos brillaba la luz del proyector, aquel con el que daba su clase.

"Podría abalanzarme sobre él y picotear sus ojos hasta quedar exhausto. ¡Arrancarlos de sus cuencas!"

Quiso estirar sus alas y volar, pero recordó entonces su nuevo cuerpo, su nueva prisión. Una prisión que encerraba a un cuervo en un caparazón humano.

1 comentario:

  1. ¿Un cuervo en el cuerpo de un humano?
    Yo tambien quisiera tener alas y volar, cada uno tiene su propia prisión...

    ResponderEliminar