martes, 28 de julio de 2009

¿Qué querías de mí?

El pasado arde, como la vida. Los recuerdos están a salvo, o eso creo. Las llamas no se hacen esperar, y lo devoran todo con furia, como la furia que dominaba mis golpes.
La gran reunión había comenzado hacía horas, en un gran festival de máscaras, escondiendo la frialdad, la hipocresía y el desdén en desmesuradas sonrisas. Un gran debate surgía en mi interior, las palabras luchando intensamente por salir. El antiguo rey que presidía la mesa con falsa risa se levantó para mirarme y abrazarme. Sintiéndome sola en un abrazo no sentido. Nada era sentido, ni su risa, ni su amor, ni el cariño hacia sus ¿hijos?
Le tomé de la mano para llevarlo al exterior. Y allí le dije lo que me moría por expresar.
Su rostro era desprecio, su voz era odio, sus ojos eran rabia. La primera bofetada no tardó en llegar, siendo el comienzo de la tormenta que aún estaba por llegar.
“Por intolerante”
Me obligué a pensarlo cuando comencé a defenderme de sus puños. Mis golpes eran ciegos, y descargaba en ellos la mentira de trece años. Dicen que es número de mala suerte, para mi número de volver a nacer. Mi mente quedó en blanco, sin saber si respondía, que hacía o dejaba de hacer. Volví a mi cuerpo cuando lo vi tendido a mis pies. Su cara era todo sangre, no podía descubrir rasgos.
Volviendo a la gran reunión, tomé un arma, una hoja que brillaría escarlata. También de la mía estaría manchada.
Viejo rey, que se alza para llevarte a mi estrella. No lo conseguirá. Ahora está a salvo, inconsciente y lejos de cualquiera que pudiera herirla.
Mis hermanos se acercan, corriendo, para ver que sucedió. Ellos también están manchados de sangre. Sin ellos no habría sobrevivido a los enfurecidos que se reunían en lo que quería que fuera nuestro hogar.
El tiempo huye. Y una marea de parásitos empiezan a devorar los cadáveres, mientras los tres contemplamos horrorizados e inmóviles.
“Hay que hacer algo”
Todos los tesoros que pudieran quedar en aquel lugar: tenían que quedar a salvo. Comenzamos a revolverlo todo, los recuerdos, miles de objetos que en la memoria tienen su lugar, preparándolos para llevarlos con nosotros.
Mi hermano termina la función con aquello con lo que siempre le gustó jugar: fuego. Las llamas devoran los cuerpos y el lugar.
Arde ahora, ARDE

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